maldito

«Yo no creo en eso del escritor maldito»

Una charla habanera con Pedro Juan Gutiérrez

Por Paul Alonso


Escritores como Roberto Bolaño y Jon Lee Anderson se han referido a él como «el Bukowski de La Habana», pero Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, 1950) piensa que es una estupidez y confiesa que ahora practica budismo. Autor de más de una docena de libros, entre 1998 y 2003 publicó cinco obras de narrativa que componen su famoso Ciclo de Centro Habana: Trilogía sucia de La Habana, El Rey de La Habana, Animal tropical, El insaciable hombre araña y Carne de perro. Descarnados y brutales, enmarcados en una estética de «realismo sucio», estas obras retratan la miseria y sordidez del Periodo Especial en Cuba —aquella etapa de crisis y miseria que experimentó la isla tras el colapso de la Unión Soviética— y de la misma vida del escritor.

En la terraza del Hotel Inglaterra en La Habana Vieja, a las seis de una tarde de diciembre, con dos mojitos sobre la mesa, Pedro Juan Gutiérrez habla de periodismo, sexualidad, capitalismo, etiquetas comerciales, los cambios raulistas en Cuba antes de la restauración de las relaciones entre Washington y La Habana, sus frustraciones generacionales, y da pistas sobre cómo un escritor decadente se sacude del personaje.

Escritores como Roberto Bolaño y Jon Lee Anderson se han referido a ti como el «Bukowski de La Habana». ¿Cómo te sientes con este apelativo?
Es una estupidez. Lo diga quien lo diga. Eso lo inventó Jorge Herralde (el editor de Anagrama) cuando iba a publicarse Trilogía sucia de La Habana en 1998. A él le pareció que yo escribía muy parecido a Bukowski, pero yo nunca lo había leído. También me llamaron el «Henry Miller tropical». Porque hay que dar una idea, una etiqueta comercial. Pero yo no tengo nada que ver con Bukowski. Él era un alemán anglosajón, con un padre terrible, un verdugo encima de él la vida entera dándole golpes. Un tipo muy traumático. Yo no tengo nada que ver con eso. Yo soy muy caribeño.

Un libro que te marcó fue Desayuno en Tiffany’s de Capote. Es una estética muy diferente a la tuya. ¿Cómo pasas de esa sensibilidad a lo que escribes?
Yo leí Desayuno en Tiffany’s a los 17 o 18 años. Yo leía bastante desde niño en la biblioteca pública de Matanzas. Con este libro me encuentro por primera vez en mi vida con algo muy realista, extremadamente flexible, al extremo que ni siquiera parecía literatura. Eso para mí fue fundamental: estaba escrito con una naturalidad que no parecía un muñeco armado. Como si este tipo escribiera y le entregara el texto al editor, sin revisar ni nada. Pensé: si algún día soy escritor, me gustaría escribir así. Y me llevó 30 años. Yo estuve escribiendo como los locos y escondiendo cosas hasta septiembre de 1994, cuando escribo el primer cuento de Trilogía sucia de La Habana.

Hay partes de tu obra, como el comienzo de El Rey de La Habana, que parecen textos de crónica roja. Y tú fuiste periodista por 26 años. ¿Te interesa el género?
Aquí en Cuba no hay crónica roja desde el año 59. Yo hice un periodismo muy aburrido, gris, monótono. Hay gente que dice que era bueno, pero yo lo dudo. Me quedé muy por debajo de lo que hubiera podido escribir en órganos más libres, menos censurados. Al extremo que cuando salió Trilogía sucia… en España a mí me echaron de la revista en que trabajaba.

De manera similar a la crónica, tu literatura parece tener un afán documental, de testimonio.
Yo creo que un escritor solo puede escribir sobre lo que más conoce, lo que hay alrededor de él y lo que está dentro de su cabeza. Y el periodismo te marca. Veintiséis años de periodismo, por más mal periodismo que hayas hecho, te marca, porque estás todos los días encima de la realidad. Todos los días buscando gente diferente a ti por completo, desde un pescador anónimo en el interior del país o un huerfanito del centro de reeducación de menores hasta un cosmonauta cubano o (la bailarina y coreógrafa cubana) Alicia Alonso. Eso marca tu vida y se convierte en una vorágine. Y eso para mí es la literatura.

Desde ese punto de vista, te has enfocado en los temas más duros y marginales de la realidad cubana.
Yo considero que la literatura es conflicto y es antagónica. Se trata de hablar sobre gente en situaciones límite. Mi vida fue un poco aburrida hasta los 36 años en que me vine a vivir a La Habana. Antes yo llevaba una vida rutinaria en Matanzas; tenía una familia, hijos, un carro, un perrito. De pronto todo eso se fue al carajo y me vengo a vivir solo a Centro Habana. El país entra en el Periodo Especial: el Muro de Berlín cae en 1989, a finales de 1990 empieza la crisis, y en 1991 el hambre era como nadie se la imagina. Yo me deprimí mucho. Centro Habana es un barrio muy agresivo y violento. Mi propia vida se había convertido en una hostilidad tremenda: me alcoholicé mucho, me metía una botella de ron todas las tardes, fumaba tabacos malos y baratos, me templaba una negra diferente cada día. Y después me ponía a escribir lo que había pasado. Lo que quiero decir es que mis libros de esa época no obedecen a un proyecto intelectual. Son una especie de memorias de lo que me estaba pasando a mí.

Memorias desesperadas…
Todo era muy enfadado, muy rabioso, por todo lo que estaba pasando en el país política, social, económicamente. Todo un proyecto por el que habíamos luchado tanto, mi generación y la generación anterior, la de Fidel. Nos habíamos entregado con tanta pasión, con tanto corazón… Y todo se estaba yendo a la mierda. Y sabíamos que no habría recuperación. Había un sentimiento de frustración, de depresión, autodestructivo. Son libros escritos con mucha furia.

¿Y aún sigues furioso como en esa época?
No, ya no. Me he tranquilizado mucho. Si siguiera tan furioso, ya me habría suicidado o estaría loco. Los libros me ayudaron a descargar toda esa rebeldía. Me han pasado los años por arriba, ya tengo 63. He ido aceptando: esto es lo que hay. La vida es un río que fluye y tú tienes que dejarte arrastrar por esa corriente. Tampoco puedes estar como el salmón, tratando de remontar la corriente constantemente. Porque te agotas y te mueres. Y yo quiero vivir unos cuantos añitos más.

¿Qué tanto ha cambiado la Cuba que retrataste a la Cuba de hoy?
La Cuba de antes de 1990 era una. La Cuba que viene después es otra. Puede ser que ahora haya mejorado un poco económicamente: hay más suministros, la gente pasa un poco menos de hambre, pero en esencia sigue siendo una Cuba completamente diferente a la que nosotros habíamos soñado. Habíamos luchado por una utopía. Y la utopía se fue al carajo y nunca más se ha recuperado. Estamos entrando poco a poco en el capitalismo que nos toca: el capitalismo de la miseria, el capitalismo de los pobres. No es el de Estados Unidos ni de Canadá ni de Francia. Si vas al interior del país, verás gente pasándola mal. Quizá no pasando hambre, pero sí comiendo mal y viviendo en condiciones muy precarias. Y eso siempre jode mucho. Por eso hay tanta prostitución.

La sexualidad aparece en tus libros de manera compulsiva.
El sexo está presente de manera constante en la vida del cubano. Somos mezcla de españoles con africanos. No es lo mismo que en países continentales, donde la mezcla es con indígenas, como México o Perú. Nuestra mezcla es muy explosiva, como la de Brasil o Jamaica. Es brutal la cosa. Y creo que el sexo es un problema de bioquímica, tanto en los hombres como en las mujeres. El sexo ocupa el 50 por ciento de nuestra vida diaria. Por eso aparece constantemente en la literatura, en la pintura, en el cine, en la danza, en todo.

Durante los últimos años se han realizado cambios históricos en Cuba. ¿Cómo afecta esto a la producción artística del país?
Creo que hay una mayor democratización dentro de la cultura cubana. Es gradual, pero cada vez más gente se atreve a escribir. Cuando yo presenté Trilogía sucia… en España, la respuesta fue echarme a la calle sin contemplaciones ni explicaciones. Eso fue en el 98. Pero de ahí para acá se han ido como relajando los censuradores, los controladores, los funcionarios de la cultura. Poco a poco, se han publicado unos cuantos de mis libros. Y yo estoy seguro de que Trilogía sucia… se va a publicar en algunos años… Hay un relevo generacional: gente joven ocupando puestos de dirección y como funcionarios de alto nivel. Son más open-mind y se dan cuenta de que tenemos que ir insertándonos en el mundo. No podemos seguir tan aislados, mirándonos el ombligo.

Tu primera borrachera fue a los 16 años y te duró 48 horas. ¿Cuánto te duran ahora?
No, ya no. Yo dejé de beber hace algunos años. Cogí una borrachera tremenda, brutal, en Santiago de Cuba, el 16 de noviembre de 2006. Y al otro día dije «tengo que dejar de beber». Así que me estoy controlando mucho. Me tomo un trago, una cerveza. Pero ya borracheras grandes no.

Debe denhaber sido difícil manejar un personaje como el del «Bukowski de La Habana».
Eso es mierda. Yo no soy ningún personaje ni me interesa mantener una imagen pública. Eso me parece tan hipócrita y tan falso. Yo no creo en eso del escritor maldito. No creo en esas etiquetas. Céline, Jack Kerouac, Bukowski vivían muy bien y les convenía mantener una imagen pública. La viuda de Céline decía que cuando venían los periodistas a buscar sangre, su marido se las daba. Les formaba una caricatura y se hacía el maldito, el terrible. Yo soy un tipo normal. No soy marginal ni un loco ni un borracho.

Una vez entrevisté a Enrique Symns, a quien algunos llamaban «el Bukowski argentino». Y le pregunté lo mismo, sobre el personaje. Y me dijo que él no quería ser ese personaje maldito, pero que cuando se dio cuenta que lo era, empezó a acompañarlo. Que hasta sentía una responsabilidad de serlo.
Bueno, te voy a ser sincero. A mí me pasó lo mismo con el Pedro Juan. A mí el Pedro Juan me estuvo machacando la vida por muchos años. Fue como un espíritu que se me encarnó. Pero yo logré liberarme de él.


Paul Alonso (Lima, 1978). Escritor y periodista. Ha publicado los libros Por las muertes que cargamos, El primer invierno de Diana Frenzy y Me persiguen. Es colaborador en varios medios del continente.