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Guillermo Niño de Guzmán: «Espero escribir una novela antes de morirme»

Por Jaime Cabrera Junco


«Hace mucho tiempo que he descubierto el placer de levantarse temprano y sin resaca», dice Guillermo Niño de Guzmán (Lima, 1955), quien cuando no lee, escucha música, va al cine o visita librerías. Es un escritor de perfil bajo, con tres libros de cuentos publicados hasta ahora: Caballos de medianoche (1984), Una mujer no hace un verano (1995) y Algo que nunca serás (2007). Sus artículos sobre autores y obras literarias demuestran que es un gran lector, no el último, pero sí de aquellos que escriben críticas que a uno lo impulsan a volar para conseguir el libro comentado. Para hacer juego con el tema de esta entrevista, el escenario no podía ser otro que una librería, en este caso El Virrey de Miraflores.

Eres un lector muy agudo, incluso alguien me dijo que eres una de las personas que más lee en Lima. Sin desmerecer en absoluto tu producción como cuentista, parece que contigo se cumple esto de «leo, luego escribo». ¿Tu condición de lector se antepone a la de escritor?
Sí, yo creo que antes que escritor, uno es lector. Como alguien dijo: «Escribir está muy bien, pero leer es mucho mejor». Y claro, para mí, la fascinación por la literatura, por el acto de escribir, viene a partir de la lectura. Llegó un momento, cuando empecé a leer y a disfrutar tanto los libros, que me hice la pregunta: «¿Y por qué no puedo hacer esto mismo con lo que disfruto tanto?». Creo que soy buen lector porque he tratado de comprar tiempo libre no solo para escribir, sino sobre todo para leer. En ese sentido sí puedo jactarme de que entre mis contemporáneos debo haber leído un poco más que ellos. Naturalmente, porque he tenido más tiempo para hacerlo y, por supuesto, porque soy más pobre (risas). Me refiero a que he elegido el placer de la lectura antes que dedicar mi tiempo a ganar dinero, como suele ocurrir con la mayoría de los mortales.

Uno de los primeros libros que tuviste en tu biblioteca fue Tom Sawyer, de Mark Twain. ¿Qué libros fueron importantes y resultaron un estímulo para seguir leyendo y luego para impulsarte a escribir?
Creo que los libros claves de mi infancia son los cuentos de Las mil y una noches. Nunca voy a olvidar la fascinación que tuve cuando en mi primera infancia leí «Aladino», «Alí Babá y los cuarenta ladrones» y todas esas historias que le contaba Sherezade al sultán para evitar que la ajusticiara a la mañana siguiente. Otras lecturas cruciales que nunca han dejado de fascinarme fueron los poemas homéricos, La Ilíada y La Odisea. Mucha gente piensa que La Odisea es una precursora de la novela moderna por cuanto está orquestada alrededor del motivo del viaje; y, sin duda, es interesantísima, pero no creo que La Ilíada sea menos. Mencionaste a Tom Sawyer, que disfruté mucho, pero Huckleberry Finn, también de Mark Twain, me parece superior. Hemingway decía que toda la novela norteamericana moderna descendía de Huck Finn y probablemente tenía razón. Desde luego hay otras lecturas: Stevenson con obras tan decisivas para la literatura como El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, donde también está el tema del doble y el de lo real y lo fantástico. Y, bueno, hay autores que ahora se me escapan, pero hay uno que fue muy importante en mi niñez, un libro que quizá ahora no se lee y que a mí siempre me pareció fascinante: El Robinson suizo, de Johann David Wyss, una obra que recomendaría a cualquier niño en el umbral de la adolescencia.

Empezaste a escribir a los 15 años y, aunque no revelaste si lo primero que escribiste fue un cuento, quería saber si este primer paso en la escritura fue significativo; es decir, si te hizo pensar en la posibilidad de ser un escritor.
No comencé escribiendo cuentos. En la adolescencia me convertí en un apasionado lector de novelas. Recuerdo que en unas vacaciones leí La guerra y la paz de Tolstoi y me quedé absolutamente fascinado. Tenía unos 15 años. Hasta ahora pienso que es la mejor novela que he leído, la mejor novela que existe. Era un faro que quería seguir. Yo quería escribir novelas, no quería escribir cuentos. Más bien, en esa época, curiosamente, me molestaba leer cuentos porque me entregaba a una historia y, a las pocas páginas, se acababa, me veía forzado a salir abruptamente de un mundo que me había deslumbrado para arrancar de nuevo con una historia distinta. Por eso es que los best sellers son, por lo general, novelas muy largas, pues el lector quiere evadirse de su realidad cotidiana y sumergirse en un mundo durante mucho tiempo. En cambio, leer un libro de cuentos es casi como leer poesía.

La influencia de Hemingway en tu vida y obra ha sido muy importante. A nivel literario, ¿qué reconoces de él en tus cuentos, sobre todo en Caballos de medianoche, tu primer libro?
Bueno, Hemingway siempre fue para mí un modelo a seguir. Primero me interesó a nivel vital, porque era un tipo raro de escritor que no parecía escritor. O sea, no correspondía con la imagen que uno habitualmente se hace de un escritor, una persona encerrada entre cuatro paredes cargadas de libros. No, Hemingway era anti-intelectual, era un hedonista, le gustaba vivir cada minuto intensamente y recogía sus experiencias de una manera muy sensorial, de tal modo que te hacía sentir que tú estabas realmente en el lugar de los hechos. A mí me fascinó este hombre que era aventurero a la vez que artista, dueño de un lenguaje sencillo y económico –que se debe a su periodo de aprendizaje en el periodismo– capaz de llegar a cualquier lector.

Otra presencia menos evidente en tus cuentos es la de Onetti, puesto que más que en la forma se trasluce en tus personajes, seres derrotistas y solitarios, algo con lo que también te identificas.
Bueno, Onetti me parece grande por varias razones. Entre otras cosas, porque logró lo más difícil: depurar un estilo propio, único e inconfundible. Basta leer unas frases de Onetti para saber que se trata de una obra suya. Por otra parte, me atrae su voluntad por mostrar el lado oscuro del alma humana. Al leerlo en mi adolescencia, descubrí que había otras personas que tenían también ese sentimiento oscuro acerca de la existencia. Por eso me atrajo mucho leerlo, pese a que su forma de escribir no era la que más me cautiva. Yo prefiero una prosa más luminosa y sencilla.

¿Le tienes alguna deuda literaria a Ribeyro o más te ha marcado la amistad con él a quien, por cierto, llamas «mi viejo cómplice»?
Ribeyro es algo así como nuestro Maupassant. Es un hito no solo en las letras peruanas sino en el idioma español. Me da pena que se tardara tanto tiempo en situarlo en su justa dimensión. La fama le llegó tardíamente, cuando ya no podía disfrutarla, lo que parece corresponder con su sempiterna tentación del fracaso. Ribeyro es uno de los fundadores de la nueva narrativa peruana e hispanoamericana. Antes que Vargas Llosa, junto con compañeros de ruta como Enrique Congrains o Carlos Eduardo Zavaleta, nos descubrió que existían hondas diferencias entre los pobladores de una urbe que empezaba a crecer y a desbordarse. En ese sentido, la visión de Lima que da Ribeyro, con sus seres grises y derrotados, no ha perdido validez. La vemos todos los días, bajo la quimera de una aparente prosperidad económica. Ribeyro fue para mí más que un maestro: un amigo entrañable con el que pude compartir las grandes interrogantes que me atenazaban como escritor y como ser humano.

Ya has explicado en varias oportunidades que tus largos silencios narrativos obedecen solo al campo de la publicación y no porque hayas dejado de escribir. ¿Esto se mantiene inalterable hasta ahora? ¿No has dejado de escribir?
Pienso que habría escrito más si es que hubiera una industria editorial sólida y si sintiera que se me retribuye debidamente por mi trabajo. Por desgracia, no escribo novelas, lo cual ni siquiera me permite albergar la lejana esperanza de poder alguna vez vivir de mis libros. Sé que es difícil, pero un buen novelista puede lograrlo si posee el tesón suficiente y tiene un golpe de suerte. En mi caso, creo que escribo con una mentalidad que se acerca más a la del poeta. A mí me encantaría escribir novelas, pero no tengo el aliento, me quedo a media carrera, exhausto. Soy consciente de que he publicado muy poco y con frecuencia me da vergüenza identificarme como escritor, ya que no he escrito lo suficiente. Por otra parte, también debo reconocer que a mí me cuesta mucho escribir. No ignoro que mi talento es limitado. De lo que se trata es de ser consciente de nuestras limitaciones y de sacarle el mayor provecho a lo poco que sabemos hacer. Es por eso que a quienes me apremian para que publique les digo que mal haría en publicar obras medianas o discretas con las cuales no estuviera satisfecho.

¿Ser muy autoexigente no se ha vuelto un escollo y te ha convertido en un escritor que involuntariamente aborta algunos de sus textos?
La excesiva autocrítica puede ser muy frustrante y castradora. A mí me molesta un poco esa actitud porque ha habido períodos en los que, decepcionado por mi torpeza literaria, reniego de la escritura y entro en etapas de infertilidad que se prolongan indefinidamente y que me llevan a cierto extremo de desesperación. Por eso para mí la escritura no es un placer, es una necesidad. No es una actividad que resulte muy placentera, al menos en el momento en que la ejecuto. Puede ser placentera cuando ya veo la obra acabada y me pregunto cómo he podido llegar hasta ese punto. ¡Qué felicidad! Pero en el proceso se vuelve un asunto muy engorroso, fastidioso, que me produce más rechazo que placer.

¿No has vuelto a intentar escribir una novela?
Sí, estoy en ello. Espero poder escribir una novela antes de morirme (risas). Si no, tendría remordimientos incluso después de muerto.

BIBLIÓFILO, AMANTE DEL JAZZ Y CRÍTICO

Se autodenomina un «bibliófilo incorregible», que no es lo mismo –dice– que un bibliómano ni un bibliólatra. Este último, un caso extremo de bibliofilia: «aquel que podría matar a alguien por conseguir determinado libro». Su biblioteca personal tiene aproximadamente ocho mil volúmenes. Había más libros, pero ha hecho sucesivas cribas. «Me di cuenta de que no podía abarcarlo todo y opté por la ficción, el ensayo literario y algo de poesía», comenta, para agregar luego que tiene las obras completas de sus autores favoritos: Joyce, Faulkner, Hemingway y escritores europeos como Malraux, Kafka, Proust, etc. En una época leía un libro cada dos días, pero ahora, por su trabajo como periodista freelance, con suerte lee dos a la semana. El jazz es otro de sus vicios. Alguna vez fue conductor de un programa radial de este género y se considera, como Cortázar, hincha de Charlie Parker.

Si bien no te consideras un crítico literario stricto sensu, teniendo en cuenta tu prolífica producción de artículos, ¿qué tan importante es esta faceta para ti?
A mí, a diferencia de otros escritores, me encanta escribir sobre literatura. Te aseguro que, por lo general, pongo tanto esfuerzo en redactar un artículo como el que me significa escribir un cuento. O sea, soy muy puntilloso, acucioso y trabajo cada frase con sumo esmero. Me gusta tomarme mi tiempo, asimilar mis lecturas sin premura y atacar con cuidado un artículo, aun cuando se trata de una pieza de encargo.

¿Qué tan complicado es hacer una crítica de obras de narrativa peruana actual teniendo en cuenta nuestro mercado pequeño? ¿La amistad o la cercanía con un autor pueden llegar a condicionar una crítica?
Hace años que me propuse no escribir comentarios de libros de autores peruanos. Por un lado, quería evitar sospechas de compadrazgo, y por otro sabía que criticar libros de gente que conozco podría restringir mi libertad de juicio. Por lo demás, no me considero un crítico ortodoxo, en el sentido que un crítico debe ser capaz de leer, analizar y escribir tanto sobre lo que le gusta sobre lo que no le gusta. Más que crítico literario, me siento un comentarista apasionado de libros, un cronista literario.

Pensaba en lo ocurrido con la primera novela de Jeremías Gamboa, con la crítica dividida en dos bandos marcados.
En ese caso, admito que, por una vez, decidí saltarme mi propia regla de no escribir sobre autores peruanos porque la novela me apasionó, me conmovió profundamente. Y pensé que el hecho de que no fuera amigo del autor me daba pie para escribir sobre el libro con entera libertad. De cualquier modo, creo que lo que me impulsó a comentarla fue la molestia que sentí al ver las reacciones de un sector del ambiente literario local, reacciones que me parecieron injustas porque no provenían de los lectores sino de los propios colegas, del gremio de escritores. Me dio la impresión de que detrás de muchas de esas opiniones tan descalificadoras había cierta mezquindad, cierta envidia que impedía reconocer sus valores. Naturalmente, no es una novela que esté libre de fallos, pero es muy meritoria. Si uno hace un balance, resulta evidente que sus logros están muy por encima de sus defectos.

Porque al hacer comentarios de libros de autores peruanos, se piensa que la amistad o la antipatía condicionan la crítica…
Creo que, como dije antes, es muy difícil hacer crítica en este país o en este medio donde todos prácticamente se conocen. No hay una garantía mínima de objetividad.

¿Cuánto de lo que se publica actualmente en la literatura peruana te parece rescatable?
Para mí, el problema estriba en que se publican demasiados libros y no existe en los diarios y revistas espacio suficiente para el quehacer cultural ni interés de los editores por que los críticos ejerzan su función de manera constante. Justamente, cuando hay tanta producción, se hace imprescindible contar con críticos que orienten al lector y que lo ayuden a distinguir la paja del grano. La avalancha de libros y la ausencia de crítica impiden que nos mantengamos al día, al menos de una forma responsable. Cuánto me gustaría que hubiera críticos confiables a quienes seguir, como antes sucedía con José Miguel Oviedo y Abelardo Oquendo.

Cuando te pidieron que nombres tus aficiones, mencionaste a la literatura, el cine, el jazz, las mujeres, los toros y la cerveza. ¿Cuál es tu orden de prioridades?
(Risas) Lo de las mujeres y lo de la cerveza es una boutade, es una broma para la galería. Lo más importante para mí es la literatura, el cine, el jazz y los toros, en ese orden.

¿Cuánto tendremos que esperar para poder tener entre manos un nuevo libro tuyo?
Este año probablemente publique un nuevo libro de cuentos, así como una colección de artículos y crónicas. Y a mediados de año debe salir una edición de aniversario por los 30 años de Caballos de medianoche. No solo es una edición, sino que cuenta con un apéndice con críticas que aparecieron en su momento y un álbum con fotografías relacionadas con esa etapa. También incluye una versión inicial de uno de los relatos que se caracteriza por un alarde experimental y que deseché para no romper el tono narrativo más clásico que imperaba en el libro. Como diría Cortázar, es un take, de acuerdo con su peculiar concepción del trabajo literario como ejecución de una pieza de jazz.


Jaime Cabrera Junco (Lima, 1979). Periodista cultural y director de la bitácora Lee por gusto (www.leeporgusto.com). Es también jefe del Equipo de Promoción Literaria de la Casa de la Literatura Peruana.