Poesía

Cuatro poemas

Del poemario inédito De casa en casa

Por Giovanna Pollarolo


Casa vacía

……
Sí, vivo sola en esta casa.
……
Tenía, pero se fue.

Dos, también se fueron.
….
No quieren. Están construyendo su casa, lejos de aquí.
……
Sí, puede ser. Lejos de mí.
….
No. No tengo perro.
…..

La casa está llena de voces y de objetos
de sombras.
Almas en pena, tal vez
abren puertas y ventanas
encienden las luces.
Hablan, ríen, lloran. Suspiran.

Y la tristeza se asoma entre las maderas apolilladas
con el olor del orégano, de la salsa de tomate, del café haciéndose.
….
Estoy sola pero no soy sola.
….
En realidad no sé cuál es la diferencia:
ser sola o estar sola.
….
Sí, también podría decir «soy sola pero no estoy sola».
….
Da igual.

Fantasmas del pasado que caminan, van y vienen, murmuran palabras que no entiendo.

Me iré cuando se vayan
Y el silencio me agobie
Cuando desaparezca el último adorno
Cuando no haya un solo libro en los estantes apolillados
Y solo queden zapatos disparejos en el armario
Pedazos de pan seco, leche avinagrada, huevos podridos.

…..
Me iré con los pies adelante sobre cuatro hombros extraños.

Antes de que llegue la cuadrilla de obreros
antes de que provistos de picos y palos
empiecen a levantar otra casa.


Casa temida

Desde el día en que él despertó luego de la feliz primera noche y consternado descubrió que su joven esposa estaba muerta, la casa se convirtió en una historia de fantasmas y de miedo. Él se fue para siempre después de haberla velado y enterrado y desde entonces nadie volvió a vivir allí.

Y pensar que había sido la casa más hermosa, la más deseada. La casa soñada: bastaba vivir allí para ser feliz. Ilusamente lo creíamos.

La pareja era perfecta, se amaban el uno al otro. Y como regalo de bodas, él la condujo, con los ojos tapados y en sus brazos, aun con el vestido de novia que estremeció a los invitados cuando ella entró a la Catedral del brazo de su orgulloso padre, a la casa con la que ella había soñado vivir, como todas las chicas y los chicos de la ciudad, desde cuando siendo niña pasaba por el frente diariamente para ir al colegio. Soñaba con mirar el río desde uno de los balcones, sentarse en la terraza que daba a un bello jardín lleno de rosas. Era la casa de la familia más rica del pueblo, inaccesible para una humilde joven como ella. Pero los tiempos cambian: la familia rica dejó de serlo; los hijos se fueron a la capital, murió el padre, anciano; y cuando años después murió la madre en la habitación matrimonial que tenía el balcón que miraba al río, ahora cubierto por cemento y convertido en una autopista, los hijos vendieron apresuradamente la casa, para entonces tan deteriorada que se valorizó solo el terreno.

Era ideal para levantar allí un edificio de departamentos, un hotel, un condominio, oficinas. Todo menos conservarla. Pero el joven pretendiente enamorado del deseo de su prometida, compró la casa y contrató a un joven arquitecto también enamorado de la casa para que la restaurara y rediseñara la cocina, los baños, el comedor. Cambiaron las cañerías y los cables eléctricos; pero se conservó la fachada y el dormitorio con el balcón que ya no miraba al río convertido en autopista sino a unos hermosos árboles que mandó plantar y ocultaban los autos y camiones de la mirada y de los oídos. A cambio de río, árboles. Y la casa volvió a quedar aislada del tráfago de la ciudad.

La joven novia no pudo ver el amanecer soñado desde el balcón. Solo vio el cielo estrellado, la primera noche antes del amor.

La casa sigue ahí: más deteriorada que nunca, más abandonada que nunca. Pero sigue siendo casa dice el ya anciano y empobrecido arquitecto todavía enamorado de la casa.

Está allí: ni condominio, ni hotel, ni oficinas.

Quienes conocen la historia dicen que está más sola y más triste que nunca. Quienes pasan cerca, dicen que se escuchan quejidos y llantos; a veces risas, música, el alegre chocar de dos copas en el momento del brindis y hasta el sonido de las burbujas del champán helado. Como si alguien viviera ahí.

Es ella, llamándolo. Él no la escucha, nunca volvió.

 

Casa en ruinas

Algunos vidrios de las ventanas están rotos.

La fachada se ha convertido en un mural
donde noche a noche los enamorados escriben sus nombres
se declaran amor eterno
dejan constancia del día, el año y la hora de su juramento no sabiendo pero sabiendo
que el tiempo pasa.

También los pandilleros se han apropiado de mis paredes y hasta de la vereda.

Hacen dibujos estrafalarios, a veces obscenos, que envejecen al día siguiente.

Escriben lemas y frases de protesta contra el mundo.
Declaran campeón a su equipo de fútbol favorito. Equipo de mis amores, escriben

insultan a otros iguales que ellos, o diferentes
dejan botellas de plástico, latas vacías de cerveza
restos de pizzas grasosas, cajetillas de cigarros apretadas con fuerza

como con rabia
servilletas sucias, hasta papeles higiénicos y preservativos usados. Toallas con sangre seca.
Babas, mocos, vómitos.

Allí, donde antes había un sauce y a veces flores anaranjadas alrededor.

El pequeño jardín junto a la vereda se ha convertido en un basural

(He notado que algunos vecinos dejan sus bolsas de basura cuando no pasan los recogedores).
El óxido avanza como un cáncer por las rejas
Basta la presión de una mano para partirlas
Como tu mano cuando rompió la chapa de la puerta
Tu pie cuando la pateaste para abrirla. El tiempo.


Primera casa alquilada

La primera vivienda que habitamos juntos no fue una casa sino un departamento alquilado en Chorrillos, cerca de la hoy próspera y congestionada avenida Huaylas que por entonces era apenas un camino de tierra por el que circulaban los pocos autos, la poca gente que se dirigía a los pantanos de Villa o al entonces exclusivo Club Villa. Extramuros.

Estaba en el tercer piso, que era el último, del bloque C. Eran siete bloques separados uno de otro por anchas veredas de cemento y jardines mal cuidados. No había ascensor: las escaleras aparecían en primer plano; eran las protagonistas de la historia diaria de cada bloque. Las escaleras.
Ahora que lo pienso mejor, ese departamento del tercer piso del bloque C vecino a Huaylas no solo fue la primera vivienda que habitamos un día después de que un anciano sacerdote nos declarara marido y mujer; fue, también, la primera vivienda que habité sin papá, mamá ni hermanas. Antes, solo había vivido en esa pequeña casa que construyeron mis padres cuando se casaron y él y ella, cumpliendo el mandato de Dios Nuestro Señor, dejaron a su padre y a su madre para fundar allí su propia familia. Años después, los abandoné en nombre del mismo mandato.

En ese departamento alquilado de Chorrillos nosotros no fundamos ninguna familia.


Giovanna Pollarolo (Tacna, 1952). Poeta, ensayista, narradora y guionista peruana. Ha publicado los poemarios Huerto de los olivos, Entre mujeres solas y La ceremonia del adiós. Además, ha escrito los guiones de numerosas películas.

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